Hoy puedo recordar la preciosa carita de mi hija, porque hubo un médico que sí supo contestar a las preguntas de unos padres que lo han perdido todo. En medio de un caos emocional, difícil de explicar y seguramente el más terrible de todos los caos, él nos supo ayudar… Un médico, ¡uno!
Y mi pregunta es: ¿qué hubiese pasado si no damos con él?
¡La respuesta es espantosa! Ni me imagino el poder sobrevivir estos años sin poder recordar el rostro de mi pequeña cada vez que lo necesito.
Está claro que algo tan importante no lo podemos dejar en manos del azar, de la suerte, de dar o no con un profesional adecuado.
Todos y cada uno de los profesionales que estuvieron con nosotros en esas eternas horas y las que las siguieron, tenían un papel principal: saber acompañar y ayudar. Tener respuestas.
Recuerdo demasiado bien las largas horas de caos y dolor antes de saber qué iba a pasar. La espera llena de silencios, cuando más necesitas palabras que aclaren y acompañen lo terrible del momento. Aceptar una muerte, que no ves, cuando esperas un nacimiento que no va a llegar como tendría que ser, pero a la vez tiene que ocurrir, sin vida…. Es lo más espantoso, lo sientes tan inhumano, tan desgarrador y da tanto miedo, que bloquea cualquier capacidad de reacción o cordura que puedas tener en ese momento. Las preguntas y la negación dominan la mente, y que tengan que transcurrir en silencio, en pensamientos no hablados, con las personas que te rodean y a las que no conoces de nada y, a la vez son con las que estás viviendo el acontecimiento más espantoso de tu vida. ¡Es tan difícil, y angustioso! Por eso resulta absolutamente necesario que una voz guíe y acompañe tanto sufrimiento.
El silencio no ayuda ¡ahoga! En mi caso fueron muchas horas sola, acompañada por el silencio de voces que no sabían qué decir. Y lo entiendo, de veras que lo entiendo. También comprendo su caos y pena, entiendo la angustia que debe producir encontrarte con una situación tan llena de dolor, porque nada se puede hacer para aliviarlo, ¡lo comprendo.! Los médicos saben que siempre esperamos que nos curen y ayuden. Y debe causar mucha impotencia no poder hacer nada en positivo para aliviar tanto dolor. Es duro para todos lo que estamos ahí, debe ser muy violento y desconcertante compartir un momento de vida tan brutal y desgarrador.
Por eso nada puede quedar al azar, no puede ser improvisado, porque la situación inhibe todos los recursos que tenemos para salir adelante. Es imprescindible tener un procedimiento interno bien definido y puesto en marcha. Que no sean solo palabras sino acciones.
Voy a hablar de un momento concreto. Puede ser un ejemplo muy claro para ayudarnos a entender.
Tras el nacimiento de mi segundo hijo, a los pocos días de salir del hospital, tuvimos una llamada que no esperábamos. Era del hospital, de maternidad. Nos llamaban para preguntar qué tal iba nuestra lactancia, si tenía o no, algún problema. Querían saber si Lucas, mi hijo, se enganchaba bien al pecho y si yo sentía algún dolor. Se ofrecieron a ayudarnos si era necesario.
Por suerte todo iba bien y no necesitábamos ayuda.
Aun así, fue muy importante esa llamada, saber que no estábamos solos y, que podíamos contar con ellos ante cualquier duda o problema.
Ahora os invito a venir a otra casa, la del silencio. La que mi marido y yo vivimos con nuestra primera hija.
A los cuatro días, aproximadamente, de la muerte de mi hija mayor me subió la leche. No sabía qué hacer. No tenía ni idea. Nadie me había explicado lo que meses después cuando nació mi hijo si hicieron. Nadie me dijo qué hacer cuando mi cuerpo, el que se había transformado por completo durante más de cuarenta semanas, estaba listo para amamantar y dar consuelo. Nadie se molestó en pensar en la madre que se iba del hospital a pesar de la ausencia de su hija…y por desgracia, ausencia no solo física, también legal: mi hija no existe.
Tuve que buscar ayuda. Llamé a la clínica que había llevado mi embarazo. Para conseguir hablar directamente con un doctor me vi obligada a enseñar mis “cicatrices”, quiero decir, mi desgarro, mi dolor; contar a un desconocido por teléfono que mi hija había muerto y que mis pechos aún no lo sabían.
Me hubiese ayudado tantísimo haber recibido la llamada de maternidad. La necesitaba tanto o más que en mi segundo parto. ¡Más, mucho más!
La muerte de los hijos al nacer… también forma parte de la maternidad, la más ¡terrible! pero, sin duda, la que merece quizá más atención y ayuda. Todos los profesionales que están vinculados deben despertar su consciencia a esta otra maternidad, la que se vive en el vacío y la soledad de nuestros hijos.
Entre todos podemos conseguir restar dolor y sumar Humanidad. Cuenten conmigo. En estos años he podido contar mi historia y trabajar en equipo con el Hospital El Escorial, de Madrid; juntos hemos creado un protocolo y una guía que sin duda van a ayudar a muchos padres. La presentamos en el Hospital Niño Jesús de Madrid, en el Congreso de Actualización de Salud Mental Perinatal. Espero poder compartir pronto todo este maravilloso trabajo realizado por profesionales que he tenido la suerte de encontrar en mi camino. También en el Hospital La Paz, de Madrid, están trabajando con Mi Bella Durmiente para la creación de un protocolo. Paso a paso vamos creando el cambio tan necesario para acompañar el dolor sin piedad que nos deja la muerte de nuestros hijos al nacer.
Pilar Mena.